Maluna se va a la playa (capítulo 1)

Capítulo 1: El Artista de la Colina

Tenían que haberlo sospechado desde el principio. Que una urbanización se llame “La Colina” no es un buen síntoma, si lo que buscas es un apartamento cerca del mar. Pero la señora del teléfono sonó tan convincente que Maluna y sus amigas creyeron a pies juntillas que el piso prometido estaba en primera línea de playa. Y vaya si lo estaba. Lo único que la amable señora se olvidó de mencionar es que la línea medía dos kilómetros. Ni uno más, ni uno menos. Dos kilómetros de descenso (y ascenso, a la vuelta) a través de un descampado, sin un solo edificio, árbol, o cualquier otro elemento natural o artificial que proyectase una sombra bajo la cual cobijarse.

El edificio de apartamentos La Colina se alzaba majestuoso sobre una empinada ídem, que parecía alcanzar la categoría de montaña en los momentos más calurosos del día. La buena noticia era que la parada de cercanías estaba justo a la vuelta de la esquina. La mala, que la playa quedaba tan lejos que su ansiada semana de vacaciones prometía parecerse más a una ruta larga de senderismo que al relax con el que soñaban.

El apartamento podría ser cualquier cosa menos eso. Un estudio, un cuchitril, un zulo… eso fue lo que pensaron al entrar, pobres ignorantes, sin saber que un año después iban a echar de menos esos metros cuadrados que ahora tan escasos les parecían…

Al principio pensaron que la mitad de ellas podría dormir en la habitación del fondo (del poco fondo que había), pero cuando vieron que la temperatura media allí dentro era de 50ºC a la sombra desistieron en su empeño y la destinaron a armario-maletero. Craso error, tampoco sabían que el sofá cobraba vida propia y engullía la ropa interior, vomitando después prendas de dudosa procedencia que no correspondían a ninguna de las allí presentes. Todavía hay alguna que se pregunta qué fue de aquel bonito tanga de encaje que llegó a La Colina, pero que nunca volvió a casa.

Una vez adaptadas al cubículo, comenzaron las verdaderas vacaciones. Excursiones a la playa, durante las cuáles te ponías más morena que en la propia orilla del mar. Trenes de ida y vuelta a Benalmádena, autobuses que te dejaban una parada antes, con la consiguiente caminata por la autovía a altas horas de la madrugada. Persecuciones que acababan en el interior de un piano-bar, girando sobre su propio eje y dando manotazos a diestro y siniestro para espantar a los pulpos. Y tantas cosas más…

Y noches de marcha en Puerto Marina, con ligues de verano que todavía provocan risas por doquier: los portugueses, Alexander Jander-Klander y su amigo (“mih zueñoh eróticoh z’an cumplío, ziete muheres en mi coshe…), aquel zarrapastroso tan guapo del autobús por el que alguna suspira todavía al acordarse…

Pero la mejor noche, sin duda, fue aquella en que la pandilla se preparó para inaugurar la Feria de Málaga. Dressed-to-kill se fueron a la capital, a ver los fuegos artificiales y recrear otro gran verano pasado, a ser posible manteniendo el campero en el estómago, que no estaba el de Ceuta allí para cuidar a nadie.

Fue en un restaurante extraño, con una entrada cutre de bar de pueblo y un salón de bodas, bautizos y comuniones, donde se sentaron muy cerca de una larga mesa, con más de veinte comensales, cuya indumentaria no dejaba lugar a dudas: del mundo del espectáculo.

Diez minutos después ya se habían llevado el repaso completo y no había pasado desapercibido un chico con gorra negra y mirada insolente, que no quitaba ojo a la mesa de las seis cordobesas.

Todavía no habían llegado los platos combinados cuando ya se había desatado el show. Uno de ellos, que luego se identificó como manager, se dirigió directamente a la mesa para invitarlas a un concierto del chico de la gorra negra. Y como las cordobesas son de armas tomar, requirieron la presencia del artista, para que hiciese la invitación personalmente.

A los treinta segundos, la estrella estaba en la mesa, cumpliendo con lo requerido e invitando a las chicas al concierto. Una vez resueltos los temas logísticos (“os venís en la furgoneta con nosotros y a los músicos los mandamos en la otra con los instrumentos”) y las reticencias iniciales, todo quedó cerrado para asistir como invitadas al concierto del chaval.

Quedaron con ellos para después de cenar, a las puertas del hotel, y allí que se presentaron, plenamente convencidas de que todo había sido una broma y que se iban a quedar con dos palmos de narices. Se equivocaban, a la media hora ya estaban listos para la actuación.

Y allí estaban todos, en la furgoneta: la estrella, el manager, el ayudante, el que hacía los coros, las seis amigas y dos chicas rubias muy ligeritas de ropa, que fueron confundidas con bailarinas.

La llegada al concierto fue digna de recordar: decenas de fans aporreando los cristales de la furgoneta, con el nombre escrito por toda la cara, llorando y gritando cual histéricas, tanto que todos tuvieron que ser escoltados hasta el escenario, mientras las cordobesas miraban sorprendidas a su alrededor, sin explicarse que este chico levantase tanta expectación.

El concierto transcurrió con normalidad. En el backstage se podía beber sin límite, bailar al son de las canciones, charlar con el manager mientras falsificaba las firmas en las fotos que luego iba a repartir, y ver como las niñas saltaban las vallas para colarse entre suspiros y lloros. Lo curioso fue comprobar que las dos rubias que habían venido con ellas en la furgo, no eran las bailarinas... Pues serán unas amigas…

Una vez que el artista hubo concluido la actuación, se hizo fotos con las fans, hizo una entrevista con la tele local y se refrescó un poco, llegó el momento de volver. El muchacho no dejaba de hablar de un garito en Málaga al que ir, así que hacia allí se encaminaron.

Otra vez a la furgoneta, doce personas repartidas en tres filas de cuatro. En la última fila estaba sentado el artista al lado de una de las rubias y justo a continuación estaba Maluna y otra amiga, todos juntitos y apretaditos.

De repente, Maluna se percató de que se producían movimientos extraños a su izquierda, y con el rabillo del ojo pudo ver que la parejita se había puesto muy, pero que muy, romántica. De los besos y los abrazos pasaron a los restregones y finalmente a movimientos más rítmicos, que no dejaban lugar a dudas de lo que se estaba produciendo en aquel asiento trasero.

Maluna no salía de su asombro, no puede ser que se lo estén montando a mi lado, pensaba, pero el caso es que las expertas manos de la rubia habían dejado al aire el instrumento del artista (y no hablamos precisamente de la guitarra). Maluna dio un codazo a la amiga que tenía al otro lado, y entre las dos avisaron a las del asiento de delante, para que ninguna se perdiese el espectáculo.

Pero qué fuerte es todo esto, madre mía. Maluna rezaba para que el resultado de aquellas manipulaciones no acabase salpicando… que no era un autógrafo tipo Levinsky lo que esperaba de aquella noche.

Y así continuó el viaje hasta la capital malagueña, con la furgoneta cargadita de gente, cada uno a lo suyo: el artista y la rubia, los palmeros y Maluna & Co., deseando llegar al destino, que la cosa cada vez estaba más calentita en la última fila de asientos…

Por fin llegaron al bar y el resto fue un visto y no visto. Agradeciendo la invitación, las cordobesas se apresuraron a salir de allí tan pronto como les fue posible. Y hasta tuvieron que declinar la invitación de “seguir la juerga” en las habitaciones del hotel.

Pero en lugar de marchar solas, finalmente se vieron acompañadas por el manager y dos de los músicos (guitarristas), que incapaces de soportar el panorama, dejaron al artista con las rubias (que parecían cobrar por horas), y a otra cosa mariposa.
El final de la noche surrealista acabó en una cafetería, tomando el desayuno, charlando y riendo con los músicos, y hasta intercambiando móviles para el futuro.

Y cuando Maluna se fue a vivir a Madrid, tuvo la ocasión de volver a ver a uno de ellos. Pero esa es otra historia, y será contada en otra ocasión.

Diez años después, Maluna volvió a encontrar al artista por los bares de Madrid. Y esta también es otra historia que deberá contarse en otra ocasión…

Nota: Para mantener la confidencialidad, y evitar demandas (que esta gente ya no sabe qué hacer para ganar dinero), se ha omitido cualquier detalle de la identidad del individuo en cuestión. Cualquier alusión identificativa al personaje, me obligará a borrar el comentario. Lo único que me faltaba es que me metan una demanda por atentar contra el honor de alguien, y aparezca el abogado ese de los bigotes pidiéndome millones de euros.

Comentarios

  1. JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJ!!!
    esos paseos a la luz de los faros de los coches que iban volando bajito por la autovia....
    has omitido la parte en la que hubo galanteo en el restaurante por parte del artista, regalando claveles cual lola flores desde el escenario, y la sorpresa posterior cuando descubrimos que el artista en cuestion no sabia contar....faltaba un clavel!!
    que torpes fuimos...ahi ya teniamos que haber visto de que iba la cosa...
    memorable, sin duda....

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