Por qué Maluna dejó de vestir faldas hippies

Desde que tuve uso de razón comprendí que era una tía bastante ceniza.

A los once meses ya me había abierto la cabeza de parte a parte. Todos mis juegos acababan en caídas. Mis rodillas siempre estaban llenas de costras regadas en mercromina (por cierto, el día que se descubrió que el mercuro cromo era cancerígeno, pensé: "mi sentencia de muerte es de color rojo..."). Si jugaba a matar, el balón terminaba siempre en mi cara. Si jugaba a pillar, acababa siempre por los suelos. Una vez hasta me estamparon la cabeza contra una columna en el recreo del colegio, cuando contaba hasta cien mientras mis amigas se escondían. No lo vi venir.

Mi madre nunca me permitió tener unos patines, para salvarguardar lo mejor posible mi integridad física, y al menos consiguió que llegara viva a la pubertad.

Y entonces al "malaje" se unió la edad del pavo. Combinación perfecta para convertirme en una paria del instituto, cuatro años con más sombras que luces, en los que solamente con las excursiones de fin de curso y a Sierra Nevada, dan para unas cuantas entradas en este blog.


Pero de todas las anécdotas que se han ido generando en torno a las desventuras de Maluna, hay una con la que he visto a la gente llorar de la risa durante más de diez minutos, y mis amigas no pueden evitar reirse cada vez que la volvemos a recordar.

He pensado que lanzarla a la blogosfera es una buena obra, para provocar al menos una sonrisa en estos tiempos tan aciagos.

Ahí va:

Córdoba City, mes de julio. Cuatro de la tarde. 45ºC a la sombra.

Maluna espera pacientemente el autobús, mientras nota como su masa corporal y cerebral se derrite lentamente. Se dirige a la biblioteca de Derecho, son los exámenes finales y va cargada como una mula. El plástico del forro de la carpeta ha alcanzado su punto de fundición y se ha adherido a la piel para formar un brazo biónico digno de los replicantes de Blade Runner.

El autobús aparece en la lejanía, borroso por las emanaciones del asfalto. La imagen se asemeja a una escena de película americana, con el desierto como fondo y una carretera solitaria en la que el alquitrán se queda pegado a las ruedas de puro derretido.

Aunque la temperatura lo único que recomienda es un bikini, Maluna lleva una camiseta de tirantes y una faldita hippie, larga, de vuelo y con una goma a la cintura como único mecanismo de ajuste y cierre.

Llega el momento de preparar el bonobús antes de que el vehículo pare y las puertas se abran. Y ahí se presenta el problema: la mano izquierda está inutilizada porque la fusión bio-material plástico / brazo ya se ha producido, así que la única mano libre que queda es la derecha, para sacar el bonobús del bolso, quitar la funda e introducirlo en la canceladora. Ante tamaño número de maniobras en cuestión de veinte segundos, y con una sola mano, comienza a fraguarse la tragedia.

Allí está Maluna, a punto de subir al autobús, carpeta en la mano izquierda, bonobús en ristre en la derecha y funda de plástico en la boca, sujetando con el hombro el bolso sobre el hombro resbaladizo de sudor y con el conductor del autobús mirándola fijamente con cara de "niña, súbete de una vez, que hace mucho calor y con las puertas abiertas se escapa el aire acondicionado".

Y entonces sucede: al levantar el pie derecho, Maluna se pisa la falda sin querer y al subir al autobús, la goma de la falda se desliza desde la cintura hasta algo por encima de las rodillas, quedándose en bragas a la entrada del autobús, delante del conductor y de unos veinte pasajeros, que miran asombrados el espectáculo y a punto están de romper en un aplauso.

Carpeta en mano izquierda, bonobús en mano derecha, funda en la boca y falda por las rodillas. Si esto no es suficiente para el ridículo más absoluto, añádele ropa interior de algodón con muñequitos y tienes anécdota para el resto de tu vida.

Y yo que pensaba que después de esto no podía pasarme nada más vergonzante... Pobre de mí, no tenía ni idea de que esto no había hecho nada más que comenzar...

Comentarios

  1. esta historia consigue darme agujetas de reirme cada vez que la leo o la oigo....si yo hubiese estado en el bus, habría aplaudido....y algun ole si que te merecias...
    de todas formas, el que no se haya derretido nunca esperando el autobus, no sabe realmente que se cuece...

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  2. con la de veces q la he oido la acabo de leer, sola en el Dpto y me ha pillao mi jefe muerta de la risa!!!
    Me ha dichoq s e lo enseñe, pero por ahora va a ser q no...
    Sandra

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  3. JAAAAAAJAJAJAJAJAJA!!!!!!!
    NO PUEDOOOOO!!!!
    3000 VECES QUE LA OIGA-LEA, 3000 QUE ME PARTO!!!
    Tengo que confesar que yo también se la cuento a la gente, aunque no doy nombres...
    BESITOS
    MALÓPEZ

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