Maluna contra el monstruo de tres cabezas: Primera parte

LA LLEGADA DEL MONSTRUO

Corrían malos tiempos para el Reino y sus súbditos. Las aldeas que una vez habían sido ricas, ahora se debatían entre la miseria y la desesperación. Los lugareños estaban cada vez más desocupados, los nómadas que una vez habían llegado atraídos por la prosperidad de las tierras, abandonaban las aldeas, en pos de mejores oportunidades o de sus orígenes, desalentados porque la tierra prometida no había cumplido sus promesas.

Nadie lo vio llegar. Todos estaban tan embriagados de éxito que pensaron que los buenos tiempos iban a durar para siempre. Hacía meses que los más agoreros habían comenzado a proclamar el advenimiento de desgracias, de castigos merecidos y de calamidades que acabaran de una vez con los excesos que se habían cometido por doquier. Y aunque todos en su más fuero interno sabían que aquella prosperidad era en realidad una burbuja no sustentada, nadie hizo caso de los presentimientos y de las advertencias de que nada es eterno.

Cuando quisieron darse cuenta, el monstruo ya había sembrado la destrucción allá por donde había pasado. Las pequeñas aldeas habían quedado destrozadas y los pueblos más grandes no eran ni una sombra de lo que habían sido. Resistían con poca firmeza las ciudades y sus grandes castillos, pero los habitantes del Reino no podrían soportar mucho tiempo más los envites del monstruo, cuya fuerza destructiva parecía no tener límites.

Las leyendas habían comenzado a circular: que si es inmortal y seguirá destruyendo todo lo que encuentre hasta el fin de los tiempos, que si tiene varias cabezas que mutan en función de su contrincante, que si otros congéneres suyos han invadido otros reinos pero no han sido tan destructivos porque sus señores han sabido combatirlos. Los señores feudales se culpaban los unos a los otros de ser los responsables de la aparición del monstruo, bien por no tener las defensas preparadas o bien por no saber combatirlo con las armas adecuadas una vez que comprendieron que el monstruo había llegado para quedarse.

Y andaba Maluna preocupada por la situación, intentando vivir su vida ajena a estas batallas, que la búsqueda del príncipe azul ya era suficiente tarea para una damisela entradita en años, como para preocuparse de monstruos feos que le amargasen la vida.

Pero como las cosas nunca salen como uno espera, Maluna tuvo que enfrentarse finalmente a su destino.

Ocurrió en el mes de noviembre. Hacía ya un tiempo que Maluna era testigo de la devastación del monstruo. Los pocos juglares que aún se atrevían, viajaban por el reino cantando las masacres perpetradas por el bicho y la incapacidad de los guerreros para hacerle frente. Pero todo parecía lejano, pues Maluna había tenido la suerte de que tanto ella como su entorno más cercano habían permanecido ajenos a la situación.

Hasta aquel fatídico día de noviembre. La damisela se dirigía presta a cumplir con sus obligaciones palaciegas cuando de repente, sin previo aviso, el monstruo se cruzó en su camino.

Lo primero que vio Maluna era que tenía tres cabezas.

La primera cabeza, la más grande, la que dominaba a las otras dos sin ningún tipo de duda, era la más fea. Tenía una frente estrecha y una mandíbula ancha, en la que aparecía una boca con unos grandes dientes afilados que destacaban sobre el resto de las facciones. Maluna había oído, como todos los del reino, que respondía al nombre de Crisis y que era capaz de desplazarse a grandes velocidades por todos los reinos de la comarca.

A pesar de ser la más letal, no fue esta la cabeza del monstruo que primero arremetió contra Maluna, sino que fue la segunda en tamaño la que la atacó sin contemplaciones y totalmente por sorpresa. Esta segunda cabeza destacaba por su mirada fría e impersonal, y de ambos lados del cráneo surgían unos largos tentáculos, incontables de numerosos que eran, que finalizaban cada uno de ellos en un ojo del doble de tamaño que los de la cara y en una especie de colmillos semejantes a los de los vampiros. También Maluna había oído hablar de esta cabeza, todos los lugareños le tenían auténtico pavor, ya que si alguno de sus múltiples ojos se posaba sobre ti, comenzaba una persecución feroz que casi siempre culminaba en un mordisco con sus afilados colmillos, sin otra finalidad que la de succionar el máximo de sangre posible de la víctima, a la que dejaba moribunda y en la mayoría de las ocasiones con secuelas para toda la vida. Maluna supo enseguida que la segunda cabeza era la que se llamaba Agencia Tributaria, pero que todos popularmente conocían por Hacienda.

(Continuará…)

Comentarios

  1. ¡Qué saber escribir! Me encantará leer el segundo fascículo...

    Imanol

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