El síndrome de Naranjito




En 1982 España fue la sede del Mundial de Fútbol.

Yo estaba a punto de cumplir 7 años y recuerdo perfectamente ese mundial, con mi padre y sus amigos en casa viendo los partidos, con el bombardeo informativo de aquellos tiempos y con lo que por aquel entonces, a comienzos de los ochenta, se entendía por merchandising a tope (quién nos ha visto y quién nos ve).

La mascota de aquel mundial era Naranjito, esa fruta tan nuestra, vestida con los colores de la selección española. No recuerdo quién ganó ese mundial, no recuerdo en qué posición quedó la selección española, pero como niña que era, recuerdo perfectamente a Naranjito, sonriente, agarrando el balón con su manita (¿las naranjas tienen manos?).

Lo que yo no sabía era, que semejante "bichejo" me iba a generar un trauma, que se pondría de manifiesto casi treinta años después. Naranjito personaliza el miedo a envejecer de muchas mujeres de mi generación. Me explico:

Noche de sábado en el local de moda. Maluna se ha puesto guapa para salir con algunas amigas a tomar una copa. El local está ambientado y la edad media de los allí presentes parece la adecuada, a pesar del "agujero negro de los 35" (que ya explicaré en qué consiste otro día). De repente, un chico guapo se acerca y comienza el ritual de apareamiento practicado por los machos de casi todas las especies, que en el ser humano tiene muchas acepciones, pero que es popularmente conocido como ligoteo.

El chico parece joven y comienza el proceso mental de calcular cuánto lo es: no llega a los treinta ni de coña, buf... pero entre los veintiocho y los treinta y uno, vete tú a saber, depende de cómo se conserve, si tiene pelo todavía a lo mejor es más joven de lo que parece, a este le saco yo por lo menos cinco años... Y así, mientras él se esfuerza en pavonearse (me encanta esta expresión, siempre imagino a un pavo real desplegando la cola), tú estás haciendo cábalas mentales sobre si te acercas peligrosamente al término asaltacunas o se trata de una diferencia generacional salvable.

Entonces llega la temida pregunta: ¿cuántos años tienes? Que luego descubres que les da exactamente igual, y que parece que lo hacen solo por ponerte en un aprieto, porque empiezas a sudar y decides (casi siempre) mentir, quitándote entre tres y cinco años de un plumazo, que donde se ponga una mala iluminación que se quiten las clínicas de cirugía estética. Y al final no sabes si cuela o no, pero llegado ese momento te sientes en la obligación de responder con la misma pregunta...

Y lo primero que se pasa por la cabeza es... ¿habrá conocido a Naranjito? Y decides que ese es el punto de ruptura. Si el muchacho en cuestión no existía (no ya que lo recuerde, que eso es otro cantar) cuando Naranjito hacía sus pinitos en la televisión con dos canales, automáticamente se abre un cisma insalvable y asunto tiene todos los visos de fracasar.

Pero... ¿por qué Naranjito? Pues ni idea, la verdad, supongo que cada quién elegirá un símbolo que represente la diferencia generacional (Parchis, la Bola de Cristal o Verano Azul o la EGB en vez de la LOGSE) pero a mí la dichosa frutita me está creando más de un quebradero de cabeza, especialmente cuando el joven desconocedor de Naranjito, Sport Billy, Candy Candy o cualquier otro recuerdo de la infancia que tuviste, merece ser tenido en consideración.

Total, para que te salgan rana, nunca ha tenido importancia la edad.

Comentarios

  1. estoy de acuerdo con el impacto del baremo Naranjito, y bueno qué decir de esos momentos indescriptibles de la danza del pavo real..... qué de imågenes me vienen a la cabeza.....jajaja me encanta!!!!

    besotes

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  2. Ay qué tiempos aquellos... Yo también recuerdo la danza del pavo real y me parto!

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