Turismo hospitalario: Cancún

Hace unos años se puso de moda el turismo rural, ese en el que los urbanitas volvían a relajarse al campo para olvidar los sufrimientos de la gran ciudad. Como todo en este país, el boom y las subvenciones convirtieron a todo pichi-pata en dueño/gerente de casa rural, ya fuese en la más maravillosa de las ubicaciones naturales o en la carretera principal de un polígono industrial de cualquier ciudad dormitorio de la periferia.

Y, aunque la expresión no sea quizás la más adecuada, también se está poniendo de moda el turismo solidario, aquel por el que personas del "primer mundo" pasan sus vacaciones en lugares del planeta menos favorecidos, tranquilizando sus conciencias y ayudando en lo que pueden.

Pero yo, ceniza de nacimiento y pringada por vocación, practico un turismo minoritario que poco tiene que ver con los dos tipos antes mencionados o con el tradicional turismo de sol y playa de nuestro país.

Yo practico el turismo hospitalario. No soy una jubilada anglosajona que decide aprovecharse de nuestra Seguridad Social para operarse de sus cosillas (eso sí, estará empadronada en Benidorm), sino que mi vocación es la de poner a prueba "in situ" los sistemas sanitarios de aquellos lugares donde viajo.

A lo largo de los años, lo que comenzó como una anécdota, se ha convertido en un hecho consumado, y cuando viajo con mis amigas lo primero que buscan es la farmacia más cercana y el centro de salud más próximo, por aquello de "a ver qué le pasa a Maluna esta vez..."

Inauguro hoy una nueva sección en este blog, que comienza con una de mis experiencias en turismo hospitalario internacional: Cancún.

Mi generación fue una de las primeras en descubrir el turismo caribeño. Corría el año 97 y el viaje de fin de carrera no podía ser a otro lugar que a Cancún.

Al margen de todo el anecdotario relacionado con la organización del viaje y el viaje en sí, los hechos dignos de relatar en esta sección fueron los que siguen a continuación.

Abril de 1997. Un centenar de cordobeses de 21 años ponen rumbo a Cancún, listos para disfrutar del Caribe durante una semana de locura y desenfreno. Lo único digno de recordar del viaje en avión fue la emoción colectiva a la ida, las ganas de llegar y las cinco veces que nos dieron de comer durante las casi diez horas que duró el vuelo. Y la mítica frase del comandante del avión: "Será un vuelo directo desde Madrid a Cancún si tenemos suficiente combustible. De lo contrario haremos una parada en La Habana para repostar". ¿Pero eso no se sabe con antelación? decían nuestras miradas inquietas.

Al llegar a Cancún, se nos llenaron los pulmones de agua, casi literalmente. La humedad rozaba el 90% y respirar nos costaba una barbaridad. Empecé a encontrarme mal, pero entre el cansancio, la humedad, la emoción de la llegada y el control de aduanas (surrealista, había que pulsar un botón y si el semáforo se ponía rojo te registraban y si no, podías pasar hasta con un cargamento de cocaína a las espaldas) pensé que en cuanto llegase al hotel, se empezaría a pasar.

Pero la llegada al Hotel Margaritas (en Cancún pueblo, que por si alguien no lo sabe está a varios kilómetros de Cancún Beach, que es la zona turística por excelencia) fue más estresante de lo esperado: habitaciones de tres personas en las que solo había dos camas. Un hecho más de lo que fue conocido como "La estafa del siglo" = Viaje de fin de carrera de mi promoción.

Alrededor de las once de la noche (hora local) los primeros valientes salieron a conocer la noche cancuneña, aunque la mayoría optó por permanecer en el hotel. A esas alturas, mi frente ardía de fiebre y tenía el estómago totalmente del revés. Me fui a dormir a la cama compartida que me había tocado en suerte y entonces empezó la juerga.

A las tres de la mañana había vomitado unas cinco veces y estaba convulsionando empapada en sudor. Tuve que despertar a mis compañeros de habitación y pedirles por favor que fuesen a buscar un médico, que la maldición de Moctezuma me había alcanzado y que la estaba palmando allí mismo...

El despliegue fue inmediato, y a los diez minutos ya habían llamado a un doctor de la zona cuyo número nos facilitó el hotel, y ya habíamos descubierto que, a pesar de ser obligatorio, viajábamos sin seguro (suma y sigue en la trama corrupta).

Mis amigos se debatían entre atenderme mientras temblaba o linchar a la de la agencia de viajes, que estaba allí con nosotros, viajando a nuestra costa (total, era la hermana de una de las organizadoras del viaje...y van tres).

Finalmente apareció "el doctorcito", que parecía Cantinflas sacado de alguna de sus películas de los años 60.

La conversación transcurrió más o menos de la forma que reproduzco aquí:

Doctorcito: ¿Qué tomó desde que llegó?

Maluna: Nada doctor, no he tomado absolutamente nada

D: ¿Bebió agua?

M: No, desde el avión no he probado nada

D: ¿Tiene agruras?

M: ¿Y eso qué es?

D: Acidez

M: Ah, pues no

Toma de temperatura, comprobación de la fiebre, reconocimiento abdominal y conclusiones:

D: Pos eso va a ser que se intoxicó con la comida del avión

M: Pero doctor, que todo el mundo ha comido lo mismo...

D: Pos es como cuando todo el mundo toma pollo y solo a uno le sienta mal

M: Eso es buena suerte, sí señor, no iba a ser distinto al otro lado del charco...

D: La voy a inyectar

Y acto seguido abre el maletín del siglo XVIII y saca una jeringa reutilizable.

M: Alto ahí, a mí aquí no me inyecta NADIE NADA!

D: Pos entonces le mando una medicación y dieta blanda para al menos cuatro días

M: Usted recete lo que tenga que recetar, pero yo no me pongo una inyección con esa aguja ni loca!

Y así fue como me pasé los tres primeros días de mi viaje de fin de carrera a Cancún más mala que un perro, y el resto de la semana con una dieta compuesta a base de Gatorade y pan de molde con jamón de york, mientras los demás se dedicaban a emborracharse a base de tequila y a comer burritos, enchiladas y tacos hasta que se le salían por las orejas...

Se puede decir que allí nació el concepto de turismo hospitalario, aunque no visité ningún hospital propiamente dicho, ya que ese tipo de excursiones las dejaría para viajes posteriores.

Comentarios

  1. pues nada, de aqui a que haya una guia repsol de turismo hospitalario, solo va un paso...

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